El sol ya está cayendo cuando llegamos al Passeig Marítim. Las olas susurran contra el paseo, y allí, entre risas y murmullos, nos reciben como si fuésemos parte de la familia. Entran también un grupo de moteros: cascos al hombro, cazadoras de cuero y ganas de compartir mesa. “Trato muy familiar y profesional”, dice uno entre sorbos, como si fuese su segundo hogar (pidemesa.es).
Nos acomodamos en la terraza, la brisa nos roza la cara mientras preguntamos por la especial del día. Una madre nos cuenta que volverá por segunda vez con su familia: “Menú sencillo pero muy correcto… Volveremos” . Es la voz confiada de quien ha encontrado su refugio frente al mar.
Esperamos, acompañados de aceitunas que traen antes que los platos y que resultan “pocas pero muy buenas” . Al fondo, una mesa discute amistosamente: “Una paella impresionante, vale la pena”, se escucha con entusiasmo (sluurpy.es).
El camarero, atento y cercano, nos sirve el plato. Algunos dicen que el ritmo puede retrasarse cuando se llena, pero aquí toda espera se acompaña de charla y miradas al mar: “Todo se soluciona con una buena conversación entre amigos mientras se disfruta de la vista” (sluurpy.es).
La comida llega: paella generosa, tapas de pulpo, croquetas caseras. Un visitante reconoce el sabor auténtico de la cocina gallega y añade: “Caldo gallego espectacular” (sluurpy.es). Lo confirmamos con cada cucharada.
Con la noche asomando, la terraza sigue llena. El grupo motero se levanta satisfecho; la familia con niños recoge las sillas. Nos quedamos un instante más, saboreando el último sorbo de vino blanco de la casa, sintiendo que, aunque hay comensales nuevos cada día, aquí todo el mundo encuentra un sitio.
Porque en Casa Carmiña – Bar Travesas no se trata solo de comer. Se trata de llegar, sentirse en casa, y descubrir que las historias de unos se entrelazan con las de otros en una misma tarde frente al Mediterráneo.